martes, 21 de febrero de 2017

ARBOLES SOLITARIOS. (Mari Allende). He leído en algún sitio que los árboles solitarios son hermosos. Yo también lo creo así. Crecen con una apariencia libre, no deben luchar por hacerse sitio, no conocen la rivalidad. Son acariciados por el sol, agitados por el viento, colmados por la lluvia en plenitud. Sí, son realmente hermosos, y más aún, si cabe, cuando aparecen coronando una colina. Se convierten en vigías silenciosos emanando trascendencia y eternidad. En ocasiones, traspasan el tiempo finito de los hombres. Son testigos impertérritos de ese paso del tiempo, de los cambios que suceden a su alrededor. Son depositarios de historias, guardianes de la memoria de su entorno. Los árboles solitarios son seres hermosos, perspicaces, pacientes, sabios, fuertes y discretos. Tótems, deidades naturales, soplos de vida.


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